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Primer Contacto

—Hola, mundo. —Fue la primera frase de V1C, que todavía mantenía cerrados sus enormes ojos azules.

—Guau, ¡pero si habla! —Sentado junto a la cama, Oli abrió tanto los suyos que parecía que iban a salirse de sus órbitas—. ¿Qué más sabes hacer?

V1C se incorporó con una lentitud pasmosa, algo que ni siquiera exasperó a Oli, quien seguía observando la escena embelesado, como si estuviera contemplando un pequeño milagro. Y así era.

—No tengo frío, Oli. Porque ese es tu nombre, ¿verdad? —Movió la cabeza para mirar al chiquillo y entonces entendió que su cara le resultaba familiar. El desconcierto de V1C fue tan evidente que incluso Oli notó que sucedía algo raro.

—Es normal que no tengas frío. Tu cuerpo es metálico. —Oli puso su mano derecha sobre la mejilla de V1C—, pero no te preocupes porque mi papá es un genio y seguro que sabe lo que hace.

—¿Tu papá? ¿Él es mi creador? —V1C miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en un taller mecánico. No uno de esos en los que reparan coches, sino más bien uno donde arreglan ordenadores de gama alta, muy blancos y con formas redondeadas. El ambiente era aséptico y no se escuchaban más sonidos que los de la propia respiración de Oli y un zumbido de fondo, un ronroneo de electricidad pura.

Oli se quedó pensativo durante unos instantes. Su mente iba a mil por hora, embargado por la emoción.

—Pues claro, él te montó con sus manos. —Y señaló en dirección a una enorme mesa de laboratorio que mostraba centenares de piezas de todos los tamaños y formas, una especie de puzle gigantesco solo apto para cerebritos—. Bueno, con sus manos y con un montón de desatornilladores y aparatos.

—Se dice destornilladores, Oli. ¿Y sabes cuándo podré conocer a mi creador? Tengo tantas preguntas…

Oli salió corriendo como alma que lleva el diablo hasta llegar a una puerta en el extremo de la sala. La entreabrió unos palmos y asomó la cabeza para gritar con todas sus fuerzas.

—¡Papaaaaá! ¡Se ha despertado! ¡Ven, correeeeee!

Regresó al lado de V1C, que casi se había levantado por completo. Estaba apoyando los pies en el suelo, tanteando si esas finas piernas de acero podrían sostener el esbelto tronco al que estaban unidas. Oli intentó ejercer de apoyo, pero parecía que V1C podía arreglárselas por su cuenta. Dio unos primeros pasos trastabillantes y se acercó a la mesa del taller donde estaban todos los componentes electrónicos. Con un cuidado desmedido, tomó un disco duro en su mano derecha y lo levantó a la altura de los ojos.

—Esto es una unidad de datos —explicó V1C—. Seguro que ya lo sabías, Oli. En mi interior tengo dos iguales. Según mis especificaciones, una unidad guarda todo mi conocimiento. Y la otra, bloqueada mediante una clave de acceso, contiene algo llamado “sueños”. ¿Qué son los sueños, Oli?

—Es lo que pensamos cuando dormimos —respondió el pequeño sin dudar—. Una vez soñé que volaba, más alto que las abejas… ¡y que las gaviotas! —Y mientras lo decía, se subió a una silla y dio un brinco con los brazos extendidos.

—¿Es como una base de datos de actividades imposibles?

—¡No! Otra vez soñé que comía macarrones con tomate…

—Tu plato favorito.

—¡Sí! Y al día siguiente papá me preparó esa comida. —Oli se frotó el estómago—. Le puso un montón de salsa de tomate y mucho queso rallado, como a mí me gusta. Pero ahora papá no tiene tiempo para hacerme comidas ricas.

V1C detectó cierta resignación en la voz del muchacho. Miró hacia la puerta. El creador no aparecía.

—Oye, oye, escúchame. —Oli se acercó a V1C y tomó su mano—. Si mi papá es tu creador, ¿eso quiere decir que en realidad somos familia? —Una enorme sonrisa iluminó las facciones de su rostro infantil—. ¿Tú y yo somos hermanos?

Algo se removió en el interior de V1C. Un servomotor, un rodamiento, acaso algún circuito se activó y ejecutó una línea de programa en su unidad central.

—¿Te gustaría que fuéramos hermanos? —preguntó V1C con curiosidad y miedo al mismo tiempo.

—¡Pues claro! —Oli abrazó una pierna de V1C—. Y te querría para toda la vida, igual que a Victoria, mi hermana mayor.

 

El padre entró en el taller, sin hacer ruido. No deseaba estropear ese hermoso instante en el que sus dos queridos hijos estaban fundidos en un abrazo. Ya llegaría el momento de dar explicaciones, sobre todo en el MIT. El experimento había funcionado. Un gran avance para su familia y otro gran paso para la ciencia: la inmortalidad estaba un poco más cerca.

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